jueves, 22 de noviembre de 2012

Víctor, Spencer, Amigo, Chiquita y Gala





Spencer, Amigo y Chiquita son los perros de Víctor Ausa, artista callejero, perteneciente, al igual que yo, a esa categoría de “los que se suben al ómnibus” llamada “guitarrero”. Se encontraba temporalmente también (además de los cachorros casi recién nacidos de Chiquita y se sospecha que de Spencer, resguardados en un pequeño hoyito al fondo de la casa) Gala, la madre de Spencer, una perra tipo dálmata de siete u ocho años, que había criado Víctor con su mujer (ahora ex) en una zona bastante céntrica de Montevideo. Al momento de sacar fotos, la ex mujer y madre de los dos hijos de Víctor había sido desalojada, y Gala, que ya tenía asignado un nuevo hogar, se estaba quedando en Las Vegas unos días.
Víctor, luego de la crisis de 2002 y de su separación, se fue a vivir a lo que era su casa de veraneo en el balneario Las Vegas, lindante con la zona más oriental de Parque del Plata. Tenía una pequeña empresa tercerizada que proporcionaba servicios de transporte para Salud Pública, que quebró durante la crisis. Como siempre le había gustado la música, trabajó durante un tiempo en un pub y empezó a salir a cantar en los ómnibus, ocupación que en este momento es su medio de vida exclusivo (y el de los perros). Contrariamente al estereotipo que se tiene a veces de “los que se suben al ómnibus”, muchos guitarreros (no sabría decir cuántos, pero no pocos), provenimos de una pequeña burguesía capitalista (en mi caso, soy hija de pequeños comerciantes y propietarios, que devinieron en feriantes con la crisis). Como se sabe, es un sector muy sensible a los vaivenes de las crisis económicas, sobre todo en Latinoamérica, pero, a diferencia de los grupos más marginales, sus integrantes han tenido tiempo y bases materiales para acumular un capital cultural del cual se pueden servir aún en las situaciones más extremas. Incorporando algunos conceptos de la sociología de Bourdieu, como el de capital cultural y habitus, para el espectador es posible distinguir esta extracción social incluso en el repertorio de algunos artistas callejeros.


La relación de Víctor con sus perros me hizo pensar mucho en mi padre. De hecho, en la foto de la llegada de Víctor a casa, recibe las fiestas con una expresión corporal muy parecida a la de mi padre en esa misma situación, que quizá yo también adopte inconscientemente frente a mi perro. Pero particularmente me lo recuerda el lugar que tiene el recibimiento de los perros en su llegada al hogar luego de un día de trabajo, como una parte crucial del placer de “estar en casa”, a pesar de que la aparatosa expresión de reconocimiento propia de la especie canina, y efectuada por la friolera de cuatro ejemplares, generara en algún momento cierta incomodidad al ponerse los “bichos” ya muy “cargosos”.
 En el segundo parcial había citado la mención que hace Bourdieu a la preferencia por los perros en los pequeños propietarios y los gatos en los intelectuales, incorporándolo a la descripción de un habitus. Pero también, por otra parte, la asocié a la noción de capital simbólico, lo cual, sin proponérmelo, me llevó a hacer un poco más completa la descripción de cómo la socialización instintiva del animal no humano interactúa con una subjetividad formada en la sociabilidad humana, donde la afirmación sobre un espacio físico propio constituye también una afirmación necesaria del ser social. Eso, aún habiendo perdido para los otros la cualidad de poseedor, y hallándose en la misma “bolsa” que los desposeídos.


Sobre reconocimiento instintivo y capital simbólico

Las especies que solemos preferir como mascotas (gatos y perros) tienden a mostrar preferencias hacia ciertos humanos en particular. El perro, un animal muy jerárquico y territorial, se comporta frente al “amo” como el macho alfa de su especie en estado salvaje. En el mundo humano, muchas veces el rol de jefe de hogar (normalmente el padre en la familia “tradicional”) se acompaña con ser el amo de los perros. La conducta instintiva del animal no humano reafirma la posición del humano sobre un territorio físico, determinada por pautas sociales y culturales humanas (por tanto, atravesadas de significaciones), como la organización de la propiedad en el sistema capitalista, así como la jerarquía dentro de una unidad social, en este caso la familia. Es decir, forma parte de su capital simbólico.
¿Quién no ha escuchado decir "no sabés como se pone el Mancha cuando ve llegar a Fulano", refiriéndose a las señales de "reconocimiento" que expresa un perro? Este reconocimiento es testimonio de que "Fulano" ha formado una parte importante de la vida del hogar, y por tanto hasta los animales no humanos de la casa lo consideran "de los nuestros". Por otra parte, el hacerse cargo de las mascotas es una forma de acumular reconocimientos en el grupo familiar, y la preferencia del perro o el gato por quien lo cuida es "reconocida" por los otros humanos. 
No obstante, es preciso hacer una salvedad: el reconocimiento de un animal no humano hacia un humano se vuelve simbólico cuando es  percibido, justamente, por los otros individuos de la única especie de animales simbólicos. De lo contrario, podría decirse se trata de un problema meramente etológico.

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