Ramón es un perro macho adulto,
perteneciente a Marga, dueña del Toque Café, un pequeño pub y centro cultural
ubicado en Parque de Solymar, cerca de la bajada 25 de la rambla. La casa de
Marga, donde Ramón convive con otra perrita y dos gatos está al lado del
boliche.
Sin embargo, lo capté en un día
atípico, durante un taller de acrobacia en tela para niños, integrado
mayormente por niñas, con algunas madres sentadas en las mesas. Como suelen
hacer de tanto en tanto los perros, Ramón había estado frotándose contra algo
putrefacto, o bien bañándose en alguna cañada. Lo cierto es que tenía un olor
bastante desagradable y perceptible, que Marga no pudo sacarle del todo aún
luego de cuatro baños. Por consiguiente, los humanos que se encontraban
alrededor, haciendo gala de esa cosa tan cultural que es el asco, cambiaron
totalmente su actitud habitual hacia él. Resultó difícil fotografiarlo junto a
su entorno humano, dado que, sin perder la costumbre, pasó todo el rato echado
a mis pies, ya que era la única que le prestaba atención. Los demás no querían
ni mirarlo. Yo, además de ser muy bichera y tener poco olfato por causa de mi tabaquismo, no tenía otra que hacerlo. Un dato para anotar, también, es que el momento de cariño que
captamos entre Marga y Ramón fue en el espacio de la casa. En el Toque, imponer la presencia cercana del perro era
imponer su olor a los asistentes, por lo que Marga hubo de mostrar la misma
indiferencia que el resto.
El desarrollo de este día fue muy
penoso para Ramón. Cuando me fui, se puso más abandónico que de costumbre,
ladrándome desesperado como implorando que no me fuera. Incluso me mordía la
mano como intentando llevarme de nuevo, un comportamiento que observado en mi
perro Ray (casi tocayo de Ramón), cuando recién llego de la calle o cuando se
escapa a la parada de Giannattasio y Márquez Castro e intento llevarlo
nuevamente a casa. Pero lo habitual en Ramón cuando me iba del
Toque era seguirme con un trotecito alegre por unas cuadras para después volver
a buscar otro amigo. Nunca había visto en él ese comportamiento, al menos hacia
mí. A pesar de las formas infinitamente más complejas, rebuscadas y
mediatizadas que tenemos los animales humanos para satisfacer nuestro instinto
gregario, era inevitable pensar en un homo sapiens cuyo capital
social, por alguna circunstancia fortuita, merma repentinamente, y sus intentos desesperados por mantener los pocos vínculos que le quedan. Y cómo también
a veces, el desprecio social entre los humanos se expresa visualmente en forma muy parecida al
asco provocado por la cercanía de algo pestilente.
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